En el último semestre he tenido la oportunidad de conocer mucha gente. Conocer personas que luchan y trabajan por sostener familias. Personas que luchan por estudiar y superarse. Personas que se paralizan por no saber cómo comenzar y avanzar. Personas que tiran la toalla ante la primera dificultad y dejan que la ola se los lleve. Personas que quieren pero no saben qué. Personas que saben qué pero no saben cómo. Personas que saben cómo pero no saben qué. Y así. Círculos virtuosos y viciosos de hábitos mentales.
Y trato de descifrar qué es eso que los motiva, qué es eso que los hace levantarse todos los días, qué es eso que le da sentido a sus acciones y propósito a sus vidas, qué es eso que hacen diferente para lograr su definición de éxito. Y he llegado a la sencilla conclusión que no tiene nada que ver con tener inteligencia, tener dinero o tener círculos sociales. Tiene que ver con el sencillo derecho a Ser.
Entonces veo mi vida. Me pregunto qué es lo que me ha llevado a donde estoy. Y lo único que se me viene a la mente es mi papá proponiéndome una sencilla pregunta “¿quién debes ser para lograr eso que querés?”.
Recuerdo entonces esa clase en neuromarketing donde nos explicaban ese esquema “ser – hacer – estar- tener”. Y confirmo que sí, que todo comienza con el simple derecho a Ser.
Pero la gente no quiere ser. La gente quiere tener.
La gente ha construido un mundo donde tener significa ser. La gente aprende la fórmula alrevés. Aprende que el resultado es lo más importante y justifica los medios. La gente se mide por la cantidad —y calidad, de las cosas que tienen. Se comparan con otros y el indicador de éxito es el verbo tener.
¿Ser? A quién le importa. Ser es para los soñadores. Ser es para los filósofos. El mundo práctico exige tener porque es lo medible, lo numérico, es lo que hacen los adultos.
Y el resultado es simple: gente perdida o fracasada porque no encuentra la fórmula del tener. Gente intentando llegar sin preguntarse lo fundamental ¿Quién quiero ser?

You must be logged in to post a comment.